Revista Nº 1. Octubre 2006
Por: Cristina Lera y Pamela Rivera
A principios de los 70’, Juan Gelman escribió un poema que tituló “Confianza”, tal vez pensando en quienes separan vida de literatura y, en su caso, militancia política de militancia con las palabras. Muchos pueden pensar que “ni miles de versos harán la Revolución”, que la palabra poética poco tiene que ver con la justicia social. Sin embargo, después de más de 30 años de lucha, Juan Gelman no pierde la “confianza” en la palabra y “se sienta en la mesa y escribe”.
“Tomé las armas porque buscaba la palabra justa”, dijo / escribió alguna vez Francisco Urondo. Y quizás, “Paco” militó desde siempre, antes con las palabras, luego con las armas y las palabras. De tanto buscar “palabras justas”, la “palabra justa”, para un poema que haga justicia, el poeta salió a la calle. Allí encontró la muerte. No obstante, también había dicho / escrito: “Daré la vida, para que nada siga como está”.
Hace más de 30 años, “Paco” reunía literatura y vida, vida y armas para “hacer la revolución”. Sucedió que, aunque en aquel momento, las palabras de los otros pesaban más que las suyas, Paco igualmente dijo / escribió las “palabras justas” y las transformó en armas, en literatura.
Los versos de Urondo y Gelman resuenan. Si bien existe la palabra que impone culturas, ideologías, formas de vida, temores, también existen las palabras que violentan órdenes injustos y que, aunque no lleguen a eliminarlos, al menos los perturban. Pensemos en la violencia de la escritura poética de Paco, o en las “irrupciones” de Juan Gelman opinando en Página/ 12. Se trata de palabras públicas, una forma similar al canto o grito de quienes, cansados de ser aplastados por palabras más poderosas, cortan rutas o protestan en las calles. Voces, no una voz, sino voces y acción.
La injusticia social como protagonista de “las furias y las penas”
Los sectores dominantes de una sociedad pretenden persistentemente que todo les esté subordinado: el orden económico, la actividad política, el arte, la ideología y la vida misma de los dominados. Lo subordinado- aquello que está en un nivel inferior, en ese lugar que le fue asignado arbitrariamente- padece injustamente una serie de imposibilidades: la imposibilidad de escuchar, de pensar, de decir, de opinar, de escribir, de manifestar, de actuar…
Desde Lope de Vega (Fuenteovejuna) hasta Miguel Ángel Asturias (El Señor Presidente), Jorge Icaza (Huasipungo) y Gabriel García Márquez (Cien años de soledad y Los funerales de Mamá Grande), la literatura nunca desdeñó poner en palabras la injusticia social. En Fuenteovejuna, por ejemplo, se tematiza el conflicto por las iniquidades del Comendador hacia el pueblo de Fuenteovejuna. Pero el pueblo entero, cansado en extremo de los abusos del Comendador, se rebela y lo asesina. Fuenteovejuna toma la palabra y repite a viva voz “¡Mueran los tiranos!” Hay en la realidad, desde luego, mucho más.
La injusticia social, manifestada en los sometimientos que vivencia una mayoría por el abuso de poder de una minoría, no cesa de protagonizar en los subordinados (llenos y hartos de ignorancia y potencialidades no desarrolladas), las posibilidades negadas.
Pero también, esa injusticia social es protagonista y causa de “las furias y las penas” -que alguna vez dijera Quevedo y repitiera Gelman- de las clases oprimidas, no sólo las que hemos nombrado aquí. Ciertamente, las palabras siempre pudieron y pueden servir como arma de guerra para violentar lo que se pretende imponer.
Y así como resuenan los versos de Urondo y Gelman, también resuenan con fuerza los de Gabriel Celaya quien, luego de la atroz Guerra Civil Española que dejó “más de un millón de cadáveres”, angustias, penas y furias, escribió el poema “La poesía es un arma cargada de futuro”. Entre otros versos, dice/ escribe “poesía para el pobre, poesía necesaria/ como el pan de cada día/ como el aire que exigimos trece veces por minuto […] porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan/ decir que somos quienes somos […]”
La democracia que nos enseñaron hace tiempo y que hoy se sigue tratando de legitimar, se ocupa de ocultar la no democracia que siempre vivimos. Por ello, usamos la expresión “palabra negada” con la plena conciencia de que vivimos en una democracia que no nos advierte que, si bien todos podemos opinar, sólo la palabra de los más poderosos es escuchada.
Al mismo tiempo, decimos “palabra negada” para hablar de una “alfabetización” que no enseña a leer, de una escuela en la que hay muchas ausencias y, por supuesto, de un querer decir y no tener oportunidades de ser oído. Decimos “palabra negada” para hablar de situaciones concretas, de carencias económicas y sociales.
Pero también hablamos de “palabra justa” porque esa es la palabra que buscamos, la palabra precisa, la intervención necesaria, el quiebre de los monólogos que nos excluyen, la perturbación de los silencios que nos dominan.
Buscamos, como “Paco”, la “palabra justa”. No creemos tenerla, la buscamos. Tampoco pretendemos hallarla en una sola voz, sino en la de muchos. Queremos una “palabra social”, un nuevo sema para un término cuyo significado parece excluir la acción humana. Un nuevo significado, para darle un nombre a todas las pequeñas y grandes rebeliones que dicen “basta” e inician el movimiento, la perturbación. Como dijo Juan Gelman, “la guerra entre la dignidad y la indignidad sigue”.
A principios de los 70’, Juan Gelman escribió un poema que tituló “Confianza”, tal vez pensando en quienes separan vida de literatura y, en su caso, militancia política de militancia con las palabras. Muchos pueden pensar que “ni miles de versos harán la Revolución”, que la palabra poética poco tiene que ver con la justicia social. Sin embargo, después de más de 30 años de lucha, Juan Gelman no pierde la “confianza” en la palabra y “se sienta en la mesa y escribe”.
“Tomé las armas porque buscaba la palabra justa”, dijo / escribió alguna vez Francisco Urondo. Y quizás, “Paco” militó desde siempre, antes con las palabras, luego con las armas y las palabras. De tanto buscar “palabras justas”, la “palabra justa”, para un poema que haga justicia, el poeta salió a la calle. Allí encontró la muerte. No obstante, también había dicho / escrito: “Daré la vida, para que nada siga como está”.
Hace más de 30 años, “Paco” reunía literatura y vida, vida y armas para “hacer la revolución”. Sucedió que, aunque en aquel momento, las palabras de los otros pesaban más que las suyas, Paco igualmente dijo / escribió las “palabras justas” y las transformó en armas, en literatura.
Los versos de Urondo y Gelman resuenan. Si bien existe la palabra que impone culturas, ideologías, formas de vida, temores, también existen las palabras que violentan órdenes injustos y que, aunque no lleguen a eliminarlos, al menos los perturban. Pensemos en la violencia de la escritura poética de Paco, o en las “irrupciones” de Juan Gelman opinando en Página/ 12. Se trata de palabras públicas, una forma similar al canto o grito de quienes, cansados de ser aplastados por palabras más poderosas, cortan rutas o protestan en las calles. Voces, no una voz, sino voces y acción.
La injusticia social como protagonista de “las furias y las penas”
Los sectores dominantes de una sociedad pretenden persistentemente que todo les esté subordinado: el orden económico, la actividad política, el arte, la ideología y la vida misma de los dominados. Lo subordinado- aquello que está en un nivel inferior, en ese lugar que le fue asignado arbitrariamente- padece injustamente una serie de imposibilidades: la imposibilidad de escuchar, de pensar, de decir, de opinar, de escribir, de manifestar, de actuar…
Desde Lope de Vega (Fuenteovejuna) hasta Miguel Ángel Asturias (El Señor Presidente), Jorge Icaza (Huasipungo) y Gabriel García Márquez (Cien años de soledad y Los funerales de Mamá Grande), la literatura nunca desdeñó poner en palabras la injusticia social. En Fuenteovejuna, por ejemplo, se tematiza el conflicto por las iniquidades del Comendador hacia el pueblo de Fuenteovejuna. Pero el pueblo entero, cansado en extremo de los abusos del Comendador, se rebela y lo asesina. Fuenteovejuna toma la palabra y repite a viva voz “¡Mueran los tiranos!” Hay en la realidad, desde luego, mucho más.
La injusticia social, manifestada en los sometimientos que vivencia una mayoría por el abuso de poder de una minoría, no cesa de protagonizar en los subordinados (llenos y hartos de ignorancia y potencialidades no desarrolladas), las posibilidades negadas.
Pero también, esa injusticia social es protagonista y causa de “las furias y las penas” -que alguna vez dijera Quevedo y repitiera Gelman- de las clases oprimidas, no sólo las que hemos nombrado aquí. Ciertamente, las palabras siempre pudieron y pueden servir como arma de guerra para violentar lo que se pretende imponer.
Y así como resuenan los versos de Urondo y Gelman, también resuenan con fuerza los de Gabriel Celaya quien, luego de la atroz Guerra Civil Española que dejó “más de un millón de cadáveres”, angustias, penas y furias, escribió el poema “La poesía es un arma cargada de futuro”. Entre otros versos, dice/ escribe “poesía para el pobre, poesía necesaria/ como el pan de cada día/ como el aire que exigimos trece veces por minuto […] porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan/ decir que somos quienes somos […]”
La democracia que nos enseñaron hace tiempo y que hoy se sigue tratando de legitimar, se ocupa de ocultar la no democracia que siempre vivimos. Por ello, usamos la expresión “palabra negada” con la plena conciencia de que vivimos en una democracia que no nos advierte que, si bien todos podemos opinar, sólo la palabra de los más poderosos es escuchada.
Al mismo tiempo, decimos “palabra negada” para hablar de una “alfabetización” que no enseña a leer, de una escuela en la que hay muchas ausencias y, por supuesto, de un querer decir y no tener oportunidades de ser oído. Decimos “palabra negada” para hablar de situaciones concretas, de carencias económicas y sociales.
Pero también hablamos de “palabra justa” porque esa es la palabra que buscamos, la palabra precisa, la intervención necesaria, el quiebre de los monólogos que nos excluyen, la perturbación de los silencios que nos dominan.
Buscamos, como “Paco”, la “palabra justa”. No creemos tenerla, la buscamos. Tampoco pretendemos hallarla en una sola voz, sino en la de muchos. Queremos una “palabra social”, un nuevo sema para un término cuyo significado parece excluir la acción humana. Un nuevo significado, para darle un nombre a todas las pequeñas y grandes rebeliones que dicen “basta” e inician el movimiento, la perturbación. Como dijo Juan Gelman, “la guerra entre la dignidad y la indignidad sigue”.
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