Revista Nº 1. Octubre 2006
Lengua y Visión del mundo:
Una lectura de Por qué se fueron las garzas.
Una lectura de Por qué se fueron las garzas.
Por: Cecilia Briones
En este artículo, nuestra compañera reflexiona sobre cómo el dominio de una lengua sobre otra –el dominio cultural- afecta la cosmovisión del protagonista de la novela de Jácome.
¿Por qué Andrés Tupatauchi experimenta un constante vuelo de búsqueda?. Luego de la lectura de las primeras páginas de Por qué se fueron las garzas de Gustavo Alfredo Jácome, me hago esta pregunta iniciática, la cual sostengo como funcional al momento de reflexionar.
Si pensamos en el desplazamiento que sufre el protagonista como integrante de la comunidad aborigen de Imbaquí, no dudaríamos en afirmar que aquella búsqueda que vive el personaje tiene que ver con la imposibilidad de “ser” en un aquí y un ahora.
Cuando estamos en un país ajeno - que se percibe como tal desde el hecho de no compartir la misma lengua-, atravesamos un particular sentimiento de extrañeza. La palabra “extranjero” se hace carne. Pero este sentimiento no deviene de una distancia espacial, sino de una distancia que surge de la imposibilidad de expresarse en la propia lengua.
En la novela de Alfredo Jácome, las campañas de civilización espantan a los nativos al desprestigiar su lengua, el quechua, y con ello un modo de “ser” y “sentir”. Así, Andrés Tupatauchi pierde la firmeza y confianza en sí mismo, pues su visión del mundo es desvalorizada. Pero Andrés no es un “extranjero” en un país “otro”, sino en un país “propio”.
La tensión existente entre la lengua impuesta, el español, y la lengua del personaje, el quechua, opera tanto en la estructura de la novela como en la intimidad del protagonista. De modo que esta tensión nos significa un conflicto entre diversas maneras de entender el universo, conflicto que desencadena en Andrés Tupatauchi una constante búsqueda.
Nuestra lengua, la lengua de cada uno, es esencial en la configuración de un modo de ver, de una manera de abarcar la realidad. Por lo tanto, la lengua forma parte de la interioridad de una persona, pues representa la forma de “ser” propia.
En este artículo, nuestra compañera reflexiona sobre cómo el dominio de una lengua sobre otra –el dominio cultural- afecta la cosmovisión del protagonista de la novela de Jácome.

Si pensamos en el desplazamiento que sufre el protagonista como integrante de la comunidad aborigen de Imbaquí, no dudaríamos en afirmar que aquella búsqueda que vive el personaje tiene que ver con la imposibilidad de “ser” en un aquí y un ahora.
Cuando estamos en un país ajeno - que se percibe como tal desde el hecho de no compartir la misma lengua-, atravesamos un particular sentimiento de extrañeza. La palabra “extranjero” se hace carne. Pero este sentimiento no deviene de una distancia espacial, sino de una distancia que surge de la imposibilidad de expresarse en la propia lengua.
En la novela de Alfredo Jácome, las campañas de civilización espantan a los nativos al desprestigiar su lengua, el quechua, y con ello un modo de “ser” y “sentir”. Así, Andrés Tupatauchi pierde la firmeza y confianza en sí mismo, pues su visión del mundo es desvalorizada. Pero Andrés no es un “extranjero” en un país “otro”, sino en un país “propio”.
La tensión existente entre la lengua impuesta, el español, y la lengua del personaje, el quechua, opera tanto en la estructura de la novela como en la intimidad del protagonista. De modo que esta tensión nos significa un conflicto entre diversas maneras de entender el universo, conflicto que desencadena en Andrés Tupatauchi una constante búsqueda.
Nuestra lengua, la lengua de cada uno, es esencial en la configuración de un modo de ver, de una manera de abarcar la realidad. Por lo tanto, la lengua forma parte de la interioridad de una persona, pues representa la forma de “ser” propia.
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