Revista N°6. Julio - Agosto 2007
Por: Martín Herran
Imágenes: Diego Arroyo
Los montes y selvas del noroeste argentino han sido desde la colonia el almacén en el que el mal entendido progreso se nutrió, el gran depósito donde el capital abrevó su constante sed de tierras y gente. Fueron sobre todo sus habitantes, pueblos originarios o criollos instalados en tiempos más recientes, los que sufrieron en carne propia la ambición monetaria de las clases dominantes.
A finales del siglo diecinueve fue el genocida Roca, el asesino delegado por el stablishment oligárquico porteño, el que viabilizó la expansión tranquila de vacas y granos a través de la vasta pampa. En nuestro norte tórrido, las bandas asesinas de los Victorica y otros infames nombres despejaron los montes chaqueños de “tribus belicosas” para garantizar el establecimiento de serias y prósperas industrias, con La Forestal como referencia paradigmática.
Los pobladores de nuestros montes han sido sistemáticamente saqueados, expulsados, reprimidos y explotados por los dueños del poder: terratenientes “legales” o “inversores”, según épocas y circunstancias históricas. Sólo basta recordar la edificación de los dos mayores imperios azucareros argentinos, Tabacal y Ledesma, con el sudor y la sangre de miles de braceros esclavizados junto a sus familias. Gigantescos trapiches alimentados por varias generaciones de indígenas a los que despojaron de sus tierras ,aún en las más remotas quebradas de Iruya o Santa Victoria. Ingenios que prosperaron también gracias al barrido de inmensas superficies de ricas selvas.
Hoy el conflicto está instalado. Se ha desplazado a los montes secos del Chaco salteño o santiagueño y a la franja cada vez más reducida de las llamadas Selvas Pedemontanas. El Dios Mercado manda; en estos tiempos se vende soja y muy bien. También, y debido a que muchos campos del sur del país han sido entregados al mágico poroto chino, los montes salteños están obligados a ofrecerse en sacrificio. ¿Qué mejor negocio que plantar pastos sabrosos para vacas exportables donde hasta ahora había solamente montes secos y espinosos, plagados de alimañas?
El desmonte es pues -si se lo analiza en el contexto social, político y económico actual- solamente una cabeza más de esta monstruosa Hidra de Lerna que es el capitalismo globalizador. Uno de los múltiples y horribles rostros que este nuevo orden mundial le muestra a los oprimidos de nuestros pagos.
Es que de eso se trata, la tierra y los bosques que sobre ella crecen deben ser medidos y calculados en términos de ganancias. Los conceptos de rentabilidad del suelo, productividad del ecosistema, ordenamiento territorial, bosque empobrecido o sobremaduro o valorización de la tierra son dominantes en el léxico de todo agrónomo que se precie y en cada página de cualquier proyecto de reemplazo de bosques por cultivos. El hombre poco o nada importa; muchas veces, nada. Como en varios estudios de impacto ambiental que ignoran la existencia de comunidades indígenas sobre las tierras del “proyecto”.
Historia de un desmonte
El primer capítulo, quizás el fundamental, es el del dominio de la tierra. Si es de puesteros criollos, poco o mal organizados, la mayoría de las veces desconocedores de sus derechos sobre su terruño, el trabajo es bastante rápido: unos buenos abogados o escribanos, hábiles en los artes del chantaje o de la promesa, logran bastante rápido que los campesinos se resignen a malvender o incluso a ceder sus tierras ante el gran señor o a “la empresa” que, tan rectamente, adquirió la finca , cumpliendo con todas las reglamentaciones inmobiliarias que el puestero desconocía hasta entonces. Otras veces, se trata de lotes fiscales, en donde las luchas a veces demoran un poco más este saqueo políticamente correcto. Hay, sí, algunos casos donde la apropiación de la tierra por parte de capitalistas se hace mucho más difícil y hasta violenta, es cuando allí habitan comunidades aborígenes o grupos de campesinos criollos organizados y conscientes de sus derechos.
Las responsabilidades
Las del Estado, indelegables en teoría, han sido congeladas por varios gobiernos. La repartición específica se limita a exigir normas jurídicas y administrativas, vacías de contenido humano y sin dudas pergeñadas por los mismos desmontadores.
Un mecanismo de audiencia pública no vinculante funciona como espacio hipócrita de catarsis para que los que cuestionan un determinado proyecto.
Indigna la participación de ciertos profesionales de las universidades públicas (nuestra UNSa entre ellas) en estudios de impacto ambiental y social que en muchos casos sólo sirven de maquillaje verde a los desmontadores-expulsores. Es quizás lo que más duele a los que sufren los desmontes: que la crema de la intelectualidad y del saber científico enmudezca cuando es evidente la aniquilación de la naturaleza y de su gente. Salvo honrosas excepciones, la universidad ha servido en los últimos años de vitrina en la que el capital encuentra los mejores técnicos para sus intereses. Esto no es nuevo, ha pasado siempre, incluso en los ’70, cuando uno de los juramentos con los que un graduado se titulaba decía que se comprometía a poner todos sus conocimientos y habilidades al servicio de la liberación de nuestros pueblos latinoamericanos.
¿Qué desarrollo? ¿Para quiénes?
El concepto desarrollo se ve circunscripto, en la lógica y en el discurso de los grupos de poder y del Estado que les es funcional, a la idea del desarrollo económico; es decir, al aumento de producción económica. Esto, no necesariamente se traduce en un incremento de la calidad de vida, según la definición aceptada en todos los organismos internacionales sobre lo que significa el desarrollo humano.
Además, se deja sobreentendido que en todo sistema de mercado el aumento de las ganancias entre los dueños de los medios de producción y de la tierra tiene un efecto de derrame sobre todos los sectores económicos de la sociedad. Sin embargo, una visita a cualquier de los pueblitos que subsisten a la vera de los campos sojeros no sugiere que ese derrame haya sido real, al menos si uno se informa sobre las dramáticas estadísticas de pobreza y emigración.
Un caso típico: Finca Los Pozos
Citada como ejemplo de inversión privada generadora de desarrollo, el proyecto ganadero de Finca Los Pozos resulta un caso típico en esto de desalojar gente y destruir montes.
El capitalista en cuestión es el grupo inversor Cresud, integrante a su vez de un grupo mayor que reúne a empresas financieras, agropecuarias, mineras y comerciales. La Finca Los Pozos tiene 248.000 hectáreas, 50.000 de las cuales ya han sido desmontadas. La cabeza visible de este capital es Alejandro Elsztain, también gerente de la cadena de shoppings Alto Palermo S.A., que controla entre otros a nuestro Alto Noa Shopping.
En el otro extremo, los pobladores que viven al borde de las topadoras de CRESUD, entre ellas la señora Matorras, de Puesto El Cielito, obligada por la empresa a desalojar cuanto antes su rancho para dar paso a las caterpillars del progreso. Tanto esta señora como los otros campesinos, que han vivido en el Impenetrable salteño por generaciones, no tienen idea alguna de sus derechos de posesión, sólo llevan en sus ojos la desesperación de personas acorraladas, obligadas en el otoño de sus vidas a emigrar forzadamente a quién sabe qué periferia de pueblo, para sufrir aún más miserias que las actuales.
Los desmontes avanzan al costo de desalojos y destrucción ambiental, pero existe una resistencia que enfrenta a esta política de saqueo; han salido a la calle campesinos santiagueños y aborígenes salteños a reclamar por sus tierras y montes que los alimentaron siempre, parece llegada la hora de que cada uno se sume a esta lucha del modo que mejor pueda, proteger los montes salteños es bastante más que una consigna ecologista.
Los montes y selvas del noroeste argentino han sido desde la colonia el almacén en el que el mal entendido progreso se nutrió, el gran depósito donde el capital abrevó su constante sed de tierras y gente. Fueron sobre todo sus habitantes, pueblos originarios o criollos instalados en tiempos más recientes, los que sufrieron en carne propia la ambición monetaria de las clases dominantes.
A finales del siglo diecinueve fue el genocida Roca, el asesino delegado por el stablishment oligárquico porteño, el que viabilizó la expansión tranquila de vacas y granos a través de la vasta pampa. En nuestro norte tórrido, las bandas asesinas de los Victorica y otros infames nombres despejaron los montes chaqueños de “tribus belicosas” para garantizar el establecimiento de serias y prósperas industrias, con La Forestal como referencia paradigmática.
Los pobladores de nuestros montes han sido sistemáticamente saqueados, expulsados, reprimidos y explotados por los dueños del poder: terratenientes “legales” o “inversores”, según épocas y circunstancias históricas. Sólo basta recordar la edificación de los dos mayores imperios azucareros argentinos, Tabacal y Ledesma, con el sudor y la sangre de miles de braceros esclavizados junto a sus familias. Gigantescos trapiches alimentados por varias generaciones de indígenas a los que despojaron de sus tierras ,aún en las más remotas quebradas de Iruya o Santa Victoria. Ingenios que prosperaron también gracias al barrido de inmensas superficies de ricas selvas.
Hoy el conflicto está instalado. Se ha desplazado a los montes secos del Chaco salteño o santiagueño y a la franja cada vez más reducida de las llamadas Selvas Pedemontanas. El Dios Mercado manda; en estos tiempos se vende soja y muy bien. También, y debido a que muchos campos del sur del país han sido entregados al mágico poroto chino, los montes salteños están obligados a ofrecerse en sacrificio. ¿Qué mejor negocio que plantar pastos sabrosos para vacas exportables donde hasta ahora había solamente montes secos y espinosos, plagados de alimañas?
El desmonte es pues -si se lo analiza en el contexto social, político y económico actual- solamente una cabeza más de esta monstruosa Hidra de Lerna que es el capitalismo globalizador. Uno de los múltiples y horribles rostros que este nuevo orden mundial le muestra a los oprimidos de nuestros pagos.
Es que de eso se trata, la tierra y los bosques que sobre ella crecen deben ser medidos y calculados en términos de ganancias. Los conceptos de rentabilidad del suelo, productividad del ecosistema, ordenamiento territorial, bosque empobrecido o sobremaduro o valorización de la tierra son dominantes en el léxico de todo agrónomo que se precie y en cada página de cualquier proyecto de reemplazo de bosques por cultivos. El hombre poco o nada importa; muchas veces, nada. Como en varios estudios de impacto ambiental que ignoran la existencia de comunidades indígenas sobre las tierras del “proyecto”.
Historia de un desmonte
El primer capítulo, quizás el fundamental, es el del dominio de la tierra. Si es de puesteros criollos, poco o mal organizados, la mayoría de las veces desconocedores de sus derechos sobre su terruño, el trabajo es bastante rápido: unos buenos abogados o escribanos, hábiles en los artes del chantaje o de la promesa, logran bastante rápido que los campesinos se resignen a malvender o incluso a ceder sus tierras ante el gran señor o a “la empresa” que, tan rectamente, adquirió la finca , cumpliendo con todas las reglamentaciones inmobiliarias que el puestero desconocía hasta entonces. Otras veces, se trata de lotes fiscales, en donde las luchas a veces demoran un poco más este saqueo políticamente correcto. Hay, sí, algunos casos donde la apropiación de la tierra por parte de capitalistas se hace mucho más difícil y hasta violenta, es cuando allí habitan comunidades aborígenes o grupos de campesinos criollos organizados y conscientes de sus derechos.
Las responsabilidades
Las del Estado, indelegables en teoría, han sido congeladas por varios gobiernos. La repartición específica se limita a exigir normas jurídicas y administrativas, vacías de contenido humano y sin dudas pergeñadas por los mismos desmontadores.
Un mecanismo de audiencia pública no vinculante funciona como espacio hipócrita de catarsis para que los que cuestionan un determinado proyecto.
Indigna la participación de ciertos profesionales de las universidades públicas (nuestra UNSa entre ellas) en estudios de impacto ambiental y social que en muchos casos sólo sirven de maquillaje verde a los desmontadores-expulsores. Es quizás lo que más duele a los que sufren los desmontes: que la crema de la intelectualidad y del saber científico enmudezca cuando es evidente la aniquilación de la naturaleza y de su gente. Salvo honrosas excepciones, la universidad ha servido en los últimos años de vitrina en la que el capital encuentra los mejores técnicos para sus intereses. Esto no es nuevo, ha pasado siempre, incluso en los ’70, cuando uno de los juramentos con los que un graduado se titulaba decía que se comprometía a poner todos sus conocimientos y habilidades al servicio de la liberación de nuestros pueblos latinoamericanos.
¿Qué desarrollo? ¿Para quiénes?
El concepto desarrollo se ve circunscripto, en la lógica y en el discurso de los grupos de poder y del Estado que les es funcional, a la idea del desarrollo económico; es decir, al aumento de producción económica. Esto, no necesariamente se traduce en un incremento de la calidad de vida, según la definición aceptada en todos los organismos internacionales sobre lo que significa el desarrollo humano.
Además, se deja sobreentendido que en todo sistema de mercado el aumento de las ganancias entre los dueños de los medios de producción y de la tierra tiene un efecto de derrame sobre todos los sectores económicos de la sociedad. Sin embargo, una visita a cualquier de los pueblitos que subsisten a la vera de los campos sojeros no sugiere que ese derrame haya sido real, al menos si uno se informa sobre las dramáticas estadísticas de pobreza y emigración.
Un caso típico: Finca Los Pozos
Citada como ejemplo de inversión privada generadora de desarrollo, el proyecto ganadero de Finca Los Pozos resulta un caso típico en esto de desalojar gente y destruir montes.
El capitalista en cuestión es el grupo inversor Cresud, integrante a su vez de un grupo mayor que reúne a empresas financieras, agropecuarias, mineras y comerciales. La Finca Los Pozos tiene 248.000 hectáreas, 50.000 de las cuales ya han sido desmontadas. La cabeza visible de este capital es Alejandro Elsztain, también gerente de la cadena de shoppings Alto Palermo S.A., que controla entre otros a nuestro Alto Noa Shopping.
En el otro extremo, los pobladores que viven al borde de las topadoras de CRESUD, entre ellas la señora Matorras, de Puesto El Cielito, obligada por la empresa a desalojar cuanto antes su rancho para dar paso a las caterpillars del progreso. Tanto esta señora como los otros campesinos, que han vivido en el Impenetrable salteño por generaciones, no tienen idea alguna de sus derechos de posesión, sólo llevan en sus ojos la desesperación de personas acorraladas, obligadas en el otoño de sus vidas a emigrar forzadamente a quién sabe qué periferia de pueblo, para sufrir aún más miserias que las actuales.
Los desmontes avanzan al costo de desalojos y destrucción ambiental, pero existe una resistencia que enfrenta a esta política de saqueo; han salido a la calle campesinos santiagueños y aborígenes salteños a reclamar por sus tierras y montes que los alimentaron siempre, parece llegada la hora de que cada uno se sume a esta lucha del modo que mejor pueda, proteger los montes salteños es bastante más que una consigna ecologista.
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