Oveja Negra
Revista Universitaria
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miércoles, 27 de febrero de 2008

Tierra de Babel

Revista N°8. Nov- Dic 2007



Por: Oveja Negra

Desde la concepción mítico-cristiana, la diversidad de lenguas fue considerada un castigo de Dios que vino a cambiar la uniformidad lingüística (¿edad de oro de la lengua?) la cual suponía la posibilidad del acuerdo entre los hombres. O más que un castigo, fue una estrategia para poner límites a la empresa humana de llegar hasta el cielo. Así, el mito de la Torre de Babel explica la diversidad de lenguas e instaura la imposibilidad de la comunicación como una estrategia de dominación. Estrategia que emplearon, entre otros opresores, los colonos dueños de plantaciones en América para evitar las rebeliones de sus esclavos africanos.
Pero, aunque pareciera que el estado “normal” de una sociedad es que se hable una sola lengua, en realidad, esto ocurre en casos muy excepcionales. Las migraciones, las invasiones, la globalización y otros fenómenos de menor dimensión por los que ha pasado el mundo desde los albores de la humanidad tienen como consecuencia la gran diversidad cultural existente en cualquier sociedad del planeta.
No sólo no es posible la uniformidad dentro de ninguna cultura, sino que además ninguna lengua es uniforme porque hay factores sociales, culturales e incluso políticos que determinan la existencia de variantes, es decir, de versiones diferentes de cada lengua. Respecto a esto impera el imaginario social (fomentado por las instituciones) de que hay una versión correcta y que las demás son sólo desviaciones de ésta. Todos aprendimos en la escuela que la lengua es un vehículo de comunicación pero también puede serlo de incomunicación, de exclusión, de división.
Desde Oveja Negra nos interesa abordar en este número el doble movimiento que lengua y sociedad (o, mejor dicho, lenguas y sociedades) realizan, un movimiento de socialización-exclusión. Los artículos que forman parte de este número se inscriben dentro de esta problemática. Como se ve, no es tarea sencilla tematizar el asunto, y la metáfora babeliana es sólo una de las tantas formas de mirar el terreno en cuestión.
Como lo sugerimos antes, la lengua es uno de los recursos históricos de dominación más efectivos, tanto en el inmediato rol de herramienta de comunicación como en la mediata configuración identitaria que implica el hecho discursivo. Ella ha servido y sirve para marcar el territorio y, en la mayoría de las veces por cuestiones entrañablemente políticas, diferenciar así lo uno de lo otro. Así, a través de la lengua se ejerce violencia y subordinación, y es en esta relación entre el discurso y el poder que se circunscriben los artículos de Rodolfo Fenoglio y Roberto Acebo.
Por un lado, esa violencia de la que hablábamos se manifiesta dentro de una misma lengua, ya que las palabras que utilizamos tienen una carga ideológica y las diferentes formas de nombrar dan cuenta de ello. No es lo mismo decir “Proceso de Reorganización Nacional” (como lo denominaron los militares) que “Dictadura Militar”. Sin embargo prevalece la primera, impuesta por el poder, hasta tal punto que se llegó a naturalizar y es común referirse a esos años como “la época del proceso”.
Por otro lado, la dominación de una lengua sobre las otras, que históricamente fue impuesta y que hoy se mantiene a través de las necesidades socio-económicas, da cuenta de la peor de las violencias: el intento de anulación del otro. En el caso de nuestra provincia, está casi naturalizado que el aborigen debe aprender el español para “integrarse” y tener un lugar en esta sociedad. El mayor prestigio del español sobre las lenguas aborígenes, sumado a la dependencia económica, genera la tensión entre adoptar la lengua ajena y resistir manteniendo la propia. Ésta es la situación que viven y cuentan los aborígenes tobas, wichís, tapietes en la entrevista que aquí reproducimos.
En virtud de esa naturalización, u homogeneización, las instituciones educativas refuerzan, ayudan, contribuyen a la construcción de una pirámide social. Dicha desigualdad se materializa en las diferentes prácticas de lectura y escritura, tal como lo sostiene Viviana Cárdenas en su artículo. Estas prácticas inciden en las posibilidades que uno tiene de expresarse, de construir su subjetividad. Y suman complejidad a la construcción del discurso científico, cuando quien pretende hacerlo suyo debe aprender a “decirse” en términos académicos. El acceso a la escritura en la Universidad representa un problema para muchos estudiantes ya que principalmente implica la aprehensión de discursos nuevos y de una nueva forma de enunciar.
Vemos entonces que las lenguas cumplen la doble función de socializar y excluir, de acuerdo a la perspectiva adoptada. Decir que la lengua es una representación acerca del mundo es inexacto porque no existe ‘la lengua’ como algo que esté por encima de las diferencias culturales: existen lenguas, sociedades y mundos diferentes. Esta situación ‘caótica’, post-babeliana existe, al contrario de lo que quieren hacernos creer. La diversidad, la pluralidad -o como sea que designemos a las diferencias- de culturas, de costumbres, de creencias es, todavía, denigrada. No es para nada inocente que quienes alcen las banderas de la uniformidad sean los sectores conservadores, quienes utilizan su propia variedad lingüística (la denominada “estándar”) para desprestigiar las de los otros sectores y de esta manera, asegurarse el estatus de clase dominante.
Sabemos que este número es un ensayo de contemplación del terreno de la lengua y su dimensión social, cultural, política. “Un” ensayo; y esto es suficiente para decir que no todo está dicho.

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