Revista N°5. Mayo - Junio 2007
Imagen: Carlin
Desde que comenzamos con la revista Oveja Negra queríamos hacer un número sobre la educación. Considerábamos que era un tema de gran importancia y de absoluta vigencia. Ahora, en junio de 2007, no es sólo un tema vigente, sino urgente, puesto que el país se encuentra nuevamente convulsionado en los ámbitos educativos. Sin ir más lejos, en nuestra provincia comenzamos las clases recién a fines de abril, a causa de los paros; en Santa Cruz, por la misma razón los chicos recientemente comenzaron las clases y en Neuquén la sangre del profesor Carlos Fuentealba aún no se ha secado. Estas situaciones son muestras de un problema de largo arrastre y nos lleva a la reflexión sobre un problema estructural de nuestro país.
Es evidente que no hay voluntad política para resolver los graves problemas que enfrenta la educación, nuestros dirigentes no los consideran algo prioritario. Es más, cada vez que hicieron del tema una cuestión de Estado, llevaron a cabo acciones que fueron en detrimento de la educación, nos referimos a la implementación de leyes perjudiciales al pueblo, recortes presupuestarios, represiones a huelgas docentes o a marchas estudiantiles. En fin, los planes del Estado con respecto a la educación son nulos, o representan la continuidad de las políticas de vaciamiento que se instauran en las demás áreas del sistema estatal.
Esta postura adoptada por los sectores de poder no es solamente actual, sino que data de tiempo atrás. Podríamos incluso remontarnos al siglo XIX, con Sarmiento y su idea de educación en términos de “progreso” y “civilización” (blanca). Esta peligrosa idea, fundante de la educación en nuestro país, se puede rastrear aún hoy entre nosotros, prueba de ello es la ausencia de un plan serio para educar a los aborígenes argentinos. A lo largo del siglo XX, la educación ha sufrido los avatares políticos y económicos del país, no olvidemos episodios tan oscuros como “La noche de los bastones largos”, o la cantidad de docentes y estudiantes desaparecidos durante las sucesivas dictaduras militares.
El regreso de la democracia en la década del ’80 no se tradujo en la democratización de la educación. Al contrario, la educación privada se cotizó en detrimento de la educación pública gracias a las políticas neoliberales. Durante los gobiernos de Alfonsín y Menem todos los ámbitos estatales fueron vaciados, y obviamente la educación no quedó al margen de la fiebre privatizadora. En el menemismo se aprueban las fatídicas Ley Federal de Educación (L.F.E) y Ley de Educación Superior (L.E.S.). Como es sabido, ambas leyes responden a los lineamientos del Banco Mundial para países del “Tercer Mundo”, como el nuestro. Con estos instrumentos “legales” los gobiernos, desde Menem hasta Kirchner, comercializan la educación como cualquier otro producto de mercado. De esta forma el Estado se desentiende de sus obligaciones, se olvida que la educación no es un servicio que se compra y se vende, sino un derecho que éste debe garantizar a todo el pueblo. Esta tendencia ya se observa en las universidades donde hay arancelamiento, cupos restrictivos y exámenes eliminatorios… frente a esta situación, tenemos a la UNSa como una de las contadas universidades latinoamericanas que, por ahora, mantiene una educación pública, gratuita e “irrestricta”. De todas maneras, los docentes de nuestra universidad actualmente están tomando medidas de fuerza para demandar aumentos de sueldo y más presupuesto. Lamentablemente, ésta no es una situación novedosa, desde el año 2001 los paros se producen todos los años.
A raíz de esto, sectores mayoritarios de la sociedad se ven privados de la posibilidad de recibir una buena educación pública, mientras que quienes tienen mayor poder adquisitivo acceden a una educación privada que además los prepara para la educación superior. La desigualdad de condiciones entre los estudiantes de escuela pública y los de colegio privado cristaliza en la Universidad. La brecha entre el Secundario o Polimodal y la Facultad es muy grande para los estudiantes que egresaron de instituciones públicas; ése es el verdadero “examen de ingreso” universitario. Obviamente, de esta dificultad nadie se hace cargo; el nivel medio y el superior se “pasan la pelota”, mientras el Ministerio de Educación mira para otro lado.
Nos gustaría profundizar un poco en nuestro ámbito, el universitario. Lamentablemente, la Universidad profundiza las desigualdades sociales de los estudiantes. Los postulantes a profesionales son excluidos del sistema educativo la mayoría de las veces con base en criterios socio-económicos, como es la mencionada brecha entre educación media pública o privada. A esto se suma que las exigencias del nivel universitario están adecuadas a los estudiantes que tienen solvencia económica, dejando atrás a aquellos que trabajan, que tienen carga familiar o que vienen de otras latitudes. Ante estas realidades, las becas son escasas y, generalmente, se otorgan teniendo en cuenta el rendimiento académico del estudiante y no su situación económica, cuando sabemos que probablemente la causa del bajo rendimiento de un estudiante se deba a sus limitaciones económicas, o a “baches” conceptuales que acarrea desde la escuela pública.
Para concluir, no podemos dejar de mencionar las luchas docentes y estudiantiles que se vienen dando hace tanto tiempo en todos los lugares del país. No olvidemos que se trata de peleas históricas, como lo ejemplifica la gran unión obrera-estudiantil del año ’69, que se llamó “El Cordobazo”. El sector educativo fue, es y será siempre un ámbito de resistencia social, y por eso las luchas que encara son de las más fuertes y genuinas. Más acá en el tiempo y en el espacio se encuentra lo sucedido en nuestra provincia hace dos años. Nos referimos a “La Noche de las Tizas”, cuando la Policía de la Provincia sacó a los docentes, con golpes y balas, de la Plaza 9 de Julio. En ese año 2005 los docentes de toda la provincia realizaron una huelga que duró aproximadamente dos meses. Este año, 2007, una situación similar retrasó el inicio de las clases casi dos meses; en esta ocasión los docentes salteños, ante la indiferencia de los gobernantes, se vieron obligados a endurecer las medidas de fuerza, recurriendo a cortes de ruta y huelgas de hambre. En Santa Cruz las clases recién comenzaron a fines de mayo a causa del paro que estuvieron realizando los docentes de esa provincia, quienes, encima de todo, debieron soportar que el presidente Kirchner los llame “patoteros” por televisión. La huelga docente de Neuquén pasó a mayores cuando el profesor Carlos Fuentealba fue asesinado durante una manifestación. La crítica situación en el sur del país nos demuestra que los conflictos docentes no son caprichos de gente que quiere ganar más dinero, ni montajes armados por activistas o partidos de izquierda, como quiere justificar el gobierno, sino que se trata de problemas de raíz que entran en ebullición constantemente a lo largo del país.
Las luchas docentes por un salario digno y en blanco, por una carrera docente valorada social y económicamente, por más presupuesto educativo son estandartes que no se dejarán de levantar hasta que el gobierno no cambie la política hacia este sector. No obstante, no es sólo el gobierno quien da la espalda a los docentes en lucha, ya que la sociedad entera no acompaña estos reclamos. Esta falta de solidaridad llega al extremo cuando los docentes que no hacen paro le “hacen el juego” al gobierno al desprestigiar con palabras y acciones a sus colegas. Mientras la sociedad siga autista frente a los atropellos del poder político y económico contra la educación, seguirán habiendo leyes educativas nefastas, profesores asesinados y escuelas que se caen a pedazos. ¿Cuándo comprenderemos que si pierden los docentes perdemos todos?
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