Revista N°7. Septiembre 2007
Por: Oveja Negra
Ilustración: Laly Figueroa
Una antología literaria, por lo general, está armada de acuerdo a determinados criterios que establecen patrones a la hora de la selección de textos. Es decir que en cada caso hay “algo” que esos textos tienen en común y que justifica su inclusión. El rasgo en común puede ser el autor, época, movimiento o escuela en el que se inscriben, género, región, o cualquier cosa, incluso dos o más, que se le ocurra al editor, compilador, etc. Además de los criterios de selección, o antes que ellos, o sobre o detrás de ellos, suele haber una intención. En el peor de los casos la intención es de índole didáctica o doctrinaria, aleccionadora. Muchas veces (quizás la mayoría) es de carácter glorificante y si los textos entran en ella están “salvados”: han escapado al olvido e indiferencia y ya pertenecen al círculo canónico.
Esta edición especial de Oveja Negra pretende ser una especie de antología. Está compuesta por un grupo de “textos” en el sentido amplio de la palabra. Dijimos que las antologías suelen tener una intención canonizadora. Evidentemente este no es el caso, ya que, ni tenemos el peso para hacer algo así, ni es nuestro interés, ni los autores que la componen necesitan en lo más mínimo de nuestra ayuda. Cada una de nosotras estuvo a cargo de una página para la que debía seleccionar un texto verbal y uno visual y redactar una pequeña reseña. El concejo editor en conjunto, que generalmente delimita parámetros para incluir los artículos de cada número, debía establecer los criterios. Se decidió lo siguiente:
- Autor: el que elijas
- Temática: cualquiera
- Ubicación espacial: donde sea
- Ubicación temporal: cuando sea
- Género: tratemos de no elegir todas el mismo
El único lineamiento que debimos respetar, por cuestiones obvias, fue mantenernos dentro del límite físico de una página (y ya es un límite odioso). Sin embargo, existe un criterio, quizás más válido que cualquier otro: el placer.
Como estudiantes universitarios, la lectura es parte de nuestra rutina diaria, es nuestra actividad principal y lo seguirá siendo cuando nos recibamos. Sin dudas todos estos años en la universidad influenciaron nuestra elección, quizás alguna hasta eligió algo que leyó para una materia. Pero lo que aquí buscamos resaltar es el placer por el acto mismo de la lectura: no porque tengo que preparar un examen, no porque es un libro muy importante o novedoso o clásico y tengo que leerlo, no porque tengo que preparar una clase o porque me sirve para una investigación.
Se trata de resaltar ese placer porque sí, ese que desde la infancia me llevó a adentrarme en mundos que parecían creados sólo para mí, a paladear las palabras como si fueran caramelos (algunos de exóticos sabores y otros con el gusto familiar y delicioso del dulce de leche), guiada sólo por curiosidad, intuiciones y azar. Ese placer entre goloso y lascivo que lleva a leer con todo el cuerpo, como diría Roland Barthes. Que es placer aún cuando las palabras son como disparos que nos dejan angustiados, consternados, desnudos.
No debemos olvidarnos de que la lectura es un placer, uno de los pocos que (generalmente) no es pecado. Y no hay que olvidar que también es un privilegio, lamentablemente no al alcance de todos. Elegir el placer como único eje también viene cargado de una intencionalidad. Es un intento por callar a la mojigatería nuestra de cada día que sin querer se va colando en nosotros, y nos va susurrando que está mal, que eso no se hace. La que cree que cualquier actividad placentera es obscena, inmoral, indecente; pero también la que cree que toda actividad privilegiada debe conllevar culpa y remordimiento.
También es un ejercicio de libertad. Cuando uno tiene indicaciones, es más fácil hacer las cosas. En este caso, limitarnos a autores contemporáneos, o argentinos, o cualquier otra premisa, hubiera por lo menos reducido el amplísimo espectro de textos que amamos. Cuando no hay límites, uno se enfrenta de lleno al infinito, aunque sea por un momento. El simple hecho de tener que elegir un texto con absoluta libertad implica, en primer lugar, una sensación de parálisis ante tantas posibilidades. En segundo lugar, una vez hecha la elección, un sentimiento de tristeza ante tantas palabras maravillosas dejadas de lado.
Las elecciones que uno hace también lo definen. Aunque la consigna no haya sido elegir un texto que te identifique, hay algo muy íntimo que nos liga con esas palabras. La identidad (colectiva e individual) está en permanente construcción y siempre influenciada por lo que va absorbiendo. Uno puede leer mucho y de todo, y puede estar de acuerdo o no con lo que lee. Pero esos textos que uno guarda en sí mismo son los que lo acompañan siempre, a veces porque dan cuenta de lo que uno es, pero principalmente porque de alguna manera forman lo que uno es.
Más allá de las lecturas que uno guarda, aquellas que se muestran, que se recomiendan y, en este caso, que se publican como una elección, dan cuenta también de cómo cada uno se re-presenta a través de palabras que son de otro, pero que se hacen propias.
El lector curioso (y ocioso) de la revista podrá tratar de establecer relaciones entre cada texto elegido y quizás podrá descubrir líneas de conexión, algún “criterio” que no nos propusimos. Después de todo, dios las cría y el viento las amontona. Pero si trabajamos juntas en este proyecto es porque compartimos mucho más que el amontonamiento: dioses terrenales, entre otras cosas, y seguramente el autor que eligió una estaba entre los candidatos de otra, sin contar a los que se dejaron afuera, cada una con la esperanza de que otra lo eligiera.
Esperamos que en este caso la entrevista sea como la frutilla del postre, ya que Teresa Leonardi es alguien para quien la literatura y la vida son una. Es por eso que decidimos entrevistarla en lugar de poner alguno de sus textos, aunque invitamos a aquellos que no hayan leído sus poemas a descubrirlos.
Así se formó esta antojadiza maraña de letras y trazos que se acoplan, se rechazan y se vuelven a abrazar, como un pequeño botón de muestra de la eterna bacanal del arte. Allí es donde mientras más se bebe, más sed se siente y la resaca, en vez de desorientar, trae lucidez. Los invitamos a entregarse al libertinaje, ¡Salud!
Una antología literaria, por lo general, está armada de acuerdo a determinados criterios que establecen patrones a la hora de la selección de textos. Es decir que en cada caso hay “algo” que esos textos tienen en común y que justifica su inclusión. El rasgo en común puede ser el autor, época, movimiento o escuela en el que se inscriben, género, región, o cualquier cosa, incluso dos o más, que se le ocurra al editor, compilador, etc. Además de los criterios de selección, o antes que ellos, o sobre o detrás de ellos, suele haber una intención. En el peor de los casos la intención es de índole didáctica o doctrinaria, aleccionadora. Muchas veces (quizás la mayoría) es de carácter glorificante y si los textos entran en ella están “salvados”: han escapado al olvido e indiferencia y ya pertenecen al círculo canónico.
Esta edición especial de Oveja Negra pretende ser una especie de antología. Está compuesta por un grupo de “textos” en el sentido amplio de la palabra. Dijimos que las antologías suelen tener una intención canonizadora. Evidentemente este no es el caso, ya que, ni tenemos el peso para hacer algo así, ni es nuestro interés, ni los autores que la componen necesitan en lo más mínimo de nuestra ayuda. Cada una de nosotras estuvo a cargo de una página para la que debía seleccionar un texto verbal y uno visual y redactar una pequeña reseña. El concejo editor en conjunto, que generalmente delimita parámetros para incluir los artículos de cada número, debía establecer los criterios. Se decidió lo siguiente:
- Autor: el que elijas
- Temática: cualquiera
- Ubicación espacial: donde sea
- Ubicación temporal: cuando sea
- Género: tratemos de no elegir todas el mismo
El único lineamiento que debimos respetar, por cuestiones obvias, fue mantenernos dentro del límite físico de una página (y ya es un límite odioso). Sin embargo, existe un criterio, quizás más válido que cualquier otro: el placer.
Como estudiantes universitarios, la lectura es parte de nuestra rutina diaria, es nuestra actividad principal y lo seguirá siendo cuando nos recibamos. Sin dudas todos estos años en la universidad influenciaron nuestra elección, quizás alguna hasta eligió algo que leyó para una materia. Pero lo que aquí buscamos resaltar es el placer por el acto mismo de la lectura: no porque tengo que preparar un examen, no porque es un libro muy importante o novedoso o clásico y tengo que leerlo, no porque tengo que preparar una clase o porque me sirve para una investigación.
Se trata de resaltar ese placer porque sí, ese que desde la infancia me llevó a adentrarme en mundos que parecían creados sólo para mí, a paladear las palabras como si fueran caramelos (algunos de exóticos sabores y otros con el gusto familiar y delicioso del dulce de leche), guiada sólo por curiosidad, intuiciones y azar. Ese placer entre goloso y lascivo que lleva a leer con todo el cuerpo, como diría Roland Barthes. Que es placer aún cuando las palabras son como disparos que nos dejan angustiados, consternados, desnudos.
No debemos olvidarnos de que la lectura es un placer, uno de los pocos que (generalmente) no es pecado. Y no hay que olvidar que también es un privilegio, lamentablemente no al alcance de todos. Elegir el placer como único eje también viene cargado de una intencionalidad. Es un intento por callar a la mojigatería nuestra de cada día que sin querer se va colando en nosotros, y nos va susurrando que está mal, que eso no se hace. La que cree que cualquier actividad placentera es obscena, inmoral, indecente; pero también la que cree que toda actividad privilegiada debe conllevar culpa y remordimiento.
También es un ejercicio de libertad. Cuando uno tiene indicaciones, es más fácil hacer las cosas. En este caso, limitarnos a autores contemporáneos, o argentinos, o cualquier otra premisa, hubiera por lo menos reducido el amplísimo espectro de textos que amamos. Cuando no hay límites, uno se enfrenta de lleno al infinito, aunque sea por un momento. El simple hecho de tener que elegir un texto con absoluta libertad implica, en primer lugar, una sensación de parálisis ante tantas posibilidades. En segundo lugar, una vez hecha la elección, un sentimiento de tristeza ante tantas palabras maravillosas dejadas de lado.
Las elecciones que uno hace también lo definen. Aunque la consigna no haya sido elegir un texto que te identifique, hay algo muy íntimo que nos liga con esas palabras. La identidad (colectiva e individual) está en permanente construcción y siempre influenciada por lo que va absorbiendo. Uno puede leer mucho y de todo, y puede estar de acuerdo o no con lo que lee. Pero esos textos que uno guarda en sí mismo son los que lo acompañan siempre, a veces porque dan cuenta de lo que uno es, pero principalmente porque de alguna manera forman lo que uno es.
Más allá de las lecturas que uno guarda, aquellas que se muestran, que se recomiendan y, en este caso, que se publican como una elección, dan cuenta también de cómo cada uno se re-presenta a través de palabras que son de otro, pero que se hacen propias.
El lector curioso (y ocioso) de la revista podrá tratar de establecer relaciones entre cada texto elegido y quizás podrá descubrir líneas de conexión, algún “criterio” que no nos propusimos. Después de todo, dios las cría y el viento las amontona. Pero si trabajamos juntas en este proyecto es porque compartimos mucho más que el amontonamiento: dioses terrenales, entre otras cosas, y seguramente el autor que eligió una estaba entre los candidatos de otra, sin contar a los que se dejaron afuera, cada una con la esperanza de que otra lo eligiera.
Esperamos que en este caso la entrevista sea como la frutilla del postre, ya que Teresa Leonardi es alguien para quien la literatura y la vida son una. Es por eso que decidimos entrevistarla en lugar de poner alguno de sus textos, aunque invitamos a aquellos que no hayan leído sus poemas a descubrirlos.
Así se formó esta antojadiza maraña de letras y trazos que se acoplan, se rechazan y se vuelven a abrazar, como un pequeño botón de muestra de la eterna bacanal del arte. Allí es donde mientras más se bebe, más sed se siente y la resaca, en vez de desorientar, trae lucidez. Los invitamos a entregarse al libertinaje, ¡Salud!
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