Oveja Negra
Revista Universitaria
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jueves, 14 de febrero de 2008

Noam Chomsky: Ciencia y periodismo, los límites de la ética

Revista N°2. Noviembre 2006


Por: Pamela Rivera


Historiar el presente, ejercer el periodismo, es para Noam Chomsky una urgencia. Simultáneamente, su nombre es clave para quienes, los últimos años, han pensado las relaciones entre pensamiento y lenguaje. Particular forma de llegar a dos públicos que, curiosamente, en Estados Unidos y Latinoamérica prefieren pensarse como distanciados, y hasta opuestos: los “intelectuales” y “la gente”.
En marzo de 1986, Noam Chomsky visitaba Managua para dar conferencias en la Universidad Centroamericana. Allí, el lingüista estadounidense dialogó con universitarios y ciudadanos. Por la mañana, el tema fueron los problemas del lenguaje y del conocimiento, por la tarde, la política internacional estadounidense. Ambas líneas preocupan desde hace más de cuarenta años a este lingüista y periodista y le han valido reconocimientos y críticas por igual.
Como lingüista, Chomsky se opuso, en esa oportunidad, a las teorías ambientalistas (conductistas) aún vigentes en su país para explicar la relación entre pensamiento y lenguaje. Acercándose al empirismo, afirmó que todos los hombres tienen la misma capacidad desde que nacen para adquirir cualquier lengua. Por ello era posible hablar de principios estructurales generales para todas las lenguas.
“Hay una estrecha relación entre compromisos ideológicos y creencias científicas”, decía en esos días el activista/lingüista intentando explicar la pervivencia de las ideas ambientalistas entre los intelectuales de su país. “A la gente que se dedica a controlar y manipular le es muy útil creer que los seres humanos no tienen naturaleza moral e intelectual intrínseca, que son simplemente objetos –abocados a que los moldeen los administradores y los ideólogos estatales o privados...”
El hecho es que la Gramática Generativa (y sus sucesivas reformulaciones) significó una línea de pensamiento muy fuerte dentro de los estudios lingüísticos y sociales.
“¿Cómo conviven sus tareas de lingüista y de activista político?” Le preguntó, hace dos años, otro periodista al periodista/lingüista Noam Chomsky. “Si el mundo simplemente desapareciera estaría contentísimo de trabajar sólo sobre problemas que son desafíos intelectuales… Pero el mundo no desaparece y los temas políticos son mucho más urgentes. De ello depende la supervivencia humana.”
Urgido por la realidad (o des/realidad que el gobierno de su país quería imponer), el ciudadano/crítico estadounidense denunciaba abiertamente en aquellas tardes de 1985, en la capital de Nicaragua, el accionar terrorista de su gobierno sobre ese país. Casi veinte años después, resumiría esos años de la historia en una charla en el Montefiori Medial Center, en Nueva York.
En esa ocasión, Chomsky evoca aquellos días en que la Administración Reagan anunciaba que la política exterior de Estados Unidos se focalizaría en la guerra contra el terrorismo. Con el cuidado de no detenerse mucho en la definición de la palabra “terrorismo” (alguien podía descubrir que los terroristas eran ellos), dicho gobierno se centró en los puntos que ellos, los “supermanes” de la historia, señalaron como más peligrosos.
Chomsky decía en esa charla: “A un país, Nicaragua. (Estados Unidos) no tuvo más remedio que atacarlo porque allí no contaba con un ejército que practicara el terrorismo como ocurría en otros países.” El gran país del norte metió su codiciosa cuchara. Podemos imaginar cómo siguió, y sigue, la historia.
El accionar del gobierno estadounidense, antes y ahora, se apoya (por suerte, cada vez menos) en la conciencia colectiva que ellos mismos se encargan de alimentar. El lingüista/periodista/activista escribe, dice y desenmascara: “En todo caso, hasta donde yo sé, se trata de una especie de principio universal. Lo hacemos nosotros: es contraterrorismo, guerra justa. Lo hacen ellos: es terrorismo. La magnitud no importa. Nada importa.” Desde nuestro lado del mundo también nos preguntamos: ¿Quién es el terrorista?
El mundo “no desaparece”, y no quiere desaparecer. Noam Chomsky lo sabe y, como periodista comprometido con los otros y no con el poder, le urge darlo a conocer.

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