Oveja Negra
Revista Universitaria
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sábado, 16 de febrero de 2008

El devenir croto en la literatura


Revista N°4. Abril 2007


Por: Alejandro Luna/ Juan Manuel Díaz


“Débil y fugaz como un insecto
tengo ansias y soberbias de un titán”
El temulento, Joaquín Castellanos.



Busca entre las arrugas del mundo, en las bolsas de consorcio, dentro de los contenedores, revolviendo los escombros de la rutina, esquivando mal, pero acostumbrado, el olor a podrido, testigo de las renuncias del resto de los seres humanos. Abyecto, no puede caer más bajo: su búsqueda lo conduce al fondo de las cosas, sin duda, pero resulta que sus hallazgos solo tienen interés para él, alejado como está del mundo de los objetos útiles.
No es un profeta, no es un pensador, no es un héroe y, si nos dejamos llevar por lo que dicen, tampoco es una persona, si no uno más entre los desperdicios del capitalismo. Su historia narra una y otra vez, con monotonía y pocas esperanzas, la misma acción: sobrevivir al día de hoy. Su cuero, raído y sucio como los atuendos que suele vestir, su nomadismo exasperante de perro callejero y su molesta actitud de mosca le conceden a su mundo un atributo, por lo menos, fascinante: la intemperie. Y eso lo aproxima a la libertad.
La soledad del croto resulta mítica y su silencio, como si a través de él despreciara al mundo, tiene su origen en la desconfianza que sus ropas raídas y su olor a demasiado gastado, a ropa mucho tiempo usada sobre el cuerpo sin bañarse, despierta en los demás.
Alejado de la realidad de los diarios, en contacto con una realidad encerrada en un mundo de plástico, conoce secretos y detalles difíciles de observar en otros sitios: hurga en la basura, sin falsa modestia, siente que es un experto en sobrevivir con poco, se expone, no le importa hacerlo, a la mirada esquiva, mal disimulada y, a veces, escandalizada del resto de las personas, les demuestra de una vez que todo está muy mal si alguien tiene que vivir como él. Comulga con un espíritu de renovada aventura: cada vez que hunde la mano todo puede ser encontrado, hasta los tesoros más inesperados.
Nadie quiere darse cuenta de lo que él hace cuando recorre la ciudad. Demasiado evidente para pasar desapercibido, demasiado insignificante para ser tenido en cuenta. El croto pone la mirada en esa parte del mundo que todos desprecian: los grandes y pequeños desperdicios.
El croto, a diferencia de los locos, es un hombre libre pero carente de méritos. Lo que dice y lo que encuentra está más cerca de la basura que de lo útil.
A veces, cuando la demencia conduce los cuerpos por las calles ocultas del centro o las vías sin trenes para escapar, nos miramos un rato, nos vemos alejarnos en dirección a nuevas suciedades. Los crotos caminan todo el día, caminar tanto es como andar desnudo, vulnerable y vulnerando las botas de los poderes. Sonreímos de nuevo, como cuando uno descubre con sorpresa que la del espejo era la propia cara, de arriba abajo, y nos damos cuenta: también nos hemos quedado a pie.
La escritura se parece a las búsquedas del croto, demencial, sospechosa, desconfiada, con resultados poco útiles para ciertos habitantes del mundo. La literatura sume a los pibes en la abyección, los entrega a recorridos delirantes y hurgan allí donde todos han dejado de mirar, en la basura, para encontrar el alimento que los nutre. Si andamos callados, es porque estamos pensando, divagando por los lugares donde sabemos que la brutalidad del poder no tiene cabida, dicen y siguen caminando.

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