Oveja Negra
Revista Universitaria
Salta, Argentina
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sábado, 16 de febrero de 2008

Arte / cultura / política / turismo. Desplazamientos salteños.

Revista N°4. Abril 2007

Por: Roberto Acebo.

La Plaza. Hace algunos años escribí una nota sobre la Plaza 9 de Julio. Aún, ese espacio tan propio de todos los salteños -los de prosapia y de los otros, atravesados por diversos tiempos-, no había mutado a lo que ahora es.
Nada extraordinario buscaban esas palabras; querían, a partir de la memoria colectiva, inscribir ese espacio público en el otro espacio público, el de la prensa. Hice entrevistas, revisé archivos y diarios y me enteré de las dimensiones simbólicas de la Plaza 9 de Julio. Plaza de armas, pozo de agua, lugar de ejecuciones. Pirámides. Azahares, “señoritas de la sociedad” paseando por su empedrado, rosedales. La gente decente cumpliendo el rito de las buenas costumbres en la oración (esa hora indecisa y definitiva) y “cruzándose a lo de la Catedral” en los días -y horarios- de fiestas de guardar. La vulgar (la gente, los otros salteños, se entiende) observando y respetando las verjas que protegían la belleza de los jardines y de las niñas y el don de gentes de los señores concurrentes al Club 20 de Febrero (la cacofonía fue involuntaria, por suerte apareció “de Febrero”), hermosa edificación de la Mitre 23.
Más acá, en el tiempo, lugar de tránsito de la gente de los pueblos de la zona, de los valles y del norte (algo así como un ombligo entre la zona de la estación de trenes y los comercios, el mercado de abasto y la terminal de ómnibus de la Av. San Martín). También, la irrupción de la Casa de Gobierno desplazando al Club 20. Plaza devenida en centro del centro comercial y en centro de la política salteña. Plaza de lajas en sus veredas, y en las veredas aledañas (para muestra, quedan las del Cabildo). Y el Banco del Noroeste y su arquitectura tan de los ‘70. Y la plaza, siempre la verde plaza: lugar de tránsito, de descanso y de reunión de los vecinos de la provincia. Centro, también, de festejos, de quejas y de protestas: los gobernantes estaban ahí, al frente. Al alcance de la mano.
No recuerdo más de la nota. No recuerdo si incluí el desplazamiento de la Casa de Gobierno al Grand Bourg, al Centro Cívico. No recuerdo si mencioné, entonces, al Centro Cultural América, ocupando el lugar que ocupaba el gobierno, frente a la plaza. Sí recuerdo que esa nota no se publicó.

De camaleones y basiliscos. Abril, 2007. El MAC, Museo de Arte Contemporáneo. El MAAM, Museo Arqueológico de Alta Montaña. El Macro, ex banco del noroeste, ahora banco macro “recargado”. La Catedral, emperifollada (perdón) y hermosa de noche y de día, tan bien iluminada. Tan para la postal.
Los faroles generosos, amarillos y abundantes. Y las mesas y sillas que invitan a solazarse -al grueso de los transeúntes-, mirándolas. Las peatonales, por supuesto. Las inauguradas en el 4to. Centenario de la Fundación de Salta, y el español de piedra con su espada y de a pie, tan venido a menos en estos días. Y paremos el censo de imágenes en torno a nuestra plaza.
¿El tema es el arte en Salta? Los basiliscos, ¿qué hacen arriba, completando el subtítulo? Estos lagartitos, los animalitos de verdad, son medio parientes de los camaleones; los mitológicos, son los que –dicen- matan con la mirada. Y, mixturados, andan, también, en los cuentos de nuestras abuelas y en sus bocas cuando sentencian: “más malos que basiliscos”. Cultura popular, que le dicen. Y ya estoy de nuevo en el vértigo.
O en la dinámica, en la misma que defienden nuestros políticos cuando se travisten detrás del biombo de “lo dinámica que es la política” ¡Qué lo parió!, diría Mendieta (el perro locuaz de don Inodoro). Entonces, los camaleones son pertinentes en el subtítulo; creo que no es necesario abundar sobre ellos. Sus primos, si lo pensamos bien, tampoco están fuera de lugar allá arriba (entiéndase ese “arriba” libremente; o no, más bien tirando un poquito para el lado del granbur).

“Sinfónicas sí, escuelas no” O, ¿cómo era? No hace muchos años que ingresamos a los circuitos de la música culta, lo hicimos de la mano de una orquesta sinfónica de lujo. Bueno es que Bach o Beethoven o Ginastera sean ejecutados en nuestros pagos. No quiero ser irónico, en serio. Por el simple hecho de ser humanos nos asiste el derecho de conocerlos y de disfrutarlos. ¿No disfrutan, acaso, en otros lados del mundo de la hermosa música de Gustavo Leguizamón, de la de Dino Saluzzi, de la música de Eduardo Falú?

Ahora bien, volvamos a la plaza por un momento. La habíamos dejado suspendida en vagas disquisiciones sobre reptiles vernáculos y mitológicos.
Recova del Cabildo, veredas de lajas, como las que identificaban a la plaza y a las veredas vecinas, no hace muchos años. Salteños que trabajan en escuelas de chicos salteños. Maestros. Maestros manifestándose en la plaza, en lo que queda de ella, refugiándose en la recova (como las lajas) del Museo Histórico del Norte, museo nacional, territorio federal: el Cabildo. Allí, no pudo “el progreso” de los gobernantes sacar las lajas para poner adoquines, e iluminar el camino de la producción. Allí estuvieron docentes en huelga, demandando sueldos dignos para realizar un trabajo digno en escuelas dignas.
Hace no muchos años ingresamos en los circuitos de “El Arte”: MAC, MAAM, Macros, Sinfónicas, Catedrales turísticas. Adoquines.
¿Se acuerdan, los más viejos, de aquello de “alpargatas sí, libros no”, o algo por el estilo?
¿Y lo de “con la democracia se come, con la democracia se educa...” y otras aserciones en esa línea?
¿Los gastos en “arte” (sinfónica, MAC, MAAM, adoquines) se imputan a los presupuestos de Educación y Cultura? Los gastos de “seguridad”, persecución, vallados, estados de sitio, comisiones legislativas, ¿también? ¿Por eso, esos presupuestos no alcanzan para pagar el “gasto” de la escuela pública?

Cuando el arte ataca. “El Arte”, el valuado por “nuestros” gobernantes y “la sociedad” (de consumo), es un espacio desprovisto de arte. Por definición, es conservador. Y el arte, la cultura vital, popular, o como se la llame, no. Si está quieto, está muerto; si no hay movimiento, pasión, creación, también. Y no, el arte en Salta pasa por muchos lugares. Incluso por la sinfónica. Pasa, se queda, se mueve por los poetas, escritores, músicos, plásticos de los ‘60, por los de los ‘80. Por los que están en la búsqueda por abajo, por los costados, por el centro. Y también, a pesar de los basiliscos y camaleones, pasa por una Escuela de Música, por ejemplo. Pasa por el compromiso con la educación. Esa cosa tan próxima a la vida por la que luchan muchos salteños, algunos de ellos de profesión y vocación docente.

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