Oveja Negra
Revista Universitaria
Salta, Argentina
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sábado, 16 de febrero de 2008

Arte local, cultura local

Revista N°4. Abril 2007


La idea de hacer un número en el que se diera cuenta, de alguna forma, de la producción artística local –en forma acotada, claro está- implicó, en primera instancia, pensar en una diversidad de expresiones (literatura, pintura, música, comparsa, teatro). Esto, con el objetivo de pensar justamente qué es el arte (en realidad, qué entendemos que es el arte) y, por consiguiente, cuáles son los “requisitos” que hacen que algunos sean considerados artistas y otros no.
Sin detenernos a hacer consideraciones meramente estéticas, podemos ver al arte como una expresión cultural. A modo de ejemplo, fue el teórico ruso Bajtin quien a comienzos del siglo XX ya hablaba de la literatura como “práctica social” porque la producción literaria, al ser indicio de un trabajo con el lenguaje es también indicio material de las “ideologías sociales” particulares de un tiempo y un espacio dado. El escritor, el artista en un plano general, es testigo/ hacedor cotidiano de discursos sociales, de “representaciones de mundo”. Su producción, su arte, que surge como obedeciendo a un impulso vital, no cruzó nunca el Leteo para nacer. Eso es el arte como acontecer social y cultural.
Por lo tanto, vemos que el arte se define desde la óptica que se lo mire. Entonces, como para ir bajando a casos concretos de lo cotidiano, ¿qué podríamos decir, desde nuestra modesta óptica, de las llamadas artes precolombinas, el boom de los ’90 hasta la fecha?.
Evidentemente, existe un trasfondo hegemónico que ordena que ahora se hable y se difunda más que ayer un arte aborigen políticamente correcto, destinado a quienes quieran “reencontrarse” forzosamente con un pasado que ya no les corresponde pero que conviene visitar de vez en cuando en los museos. Vamos y nos encontramos con piezas remotas y la foto de una niña incaica petrificada en las alturas del Llullaillaco. Ergo, qué podemos decir sino que se trata de un arte difundido por organismos de cultura y arte oficiales, confeccionado a la medida del turista que pretende la provincia.
Por suerte, fuera de esa parafernalia, creemos que se puede hablar de arte precolombino desde el momento en que sabemos que en el diseño de una yisca, por ejemplo, más allá de las formas coloridas y enigmáticas hay toda una simbología presente que cuenta la vida del hombre tal como la conocieron los ancestros. Y así sucede también con la comparsa, hecho que se hace arte cuando “El indio/ extravía la selva/ en la calle”, como dicen los versos de Vera.
Ahora bien, la complejidad al momento de hablar acerca de las manifestaciones artísticas lleva a considerar otros fenómenos también relacionados directamente con la política cultural que sostiene la provincia. Uno de ellos, por ejemplo, tiene que ver con un evidente intento por (de)mostrar al resto del país y del mundo cuánto ofrece culturalmente Salta de un tiempo a esta parte.
“Salta la linda”, “Salta, cuna de poetas” son expresiones que históricamente hermosearon estos lares de la mano de una dominante mirada tradicionalista que, hablando de poetas, canonizó la poesía de Dávalos, Castilla y Leguizamón, entre otros. Y si de hermosear estamos hablando, cómo no mencionar el proyecto de la Orquesta Sinfónica de Salta, que tantos elogios ha cultivado en el país por la calidad de sus músicos mayoritariamente -he aquí una pequeña paradoja- extranjeros.
Pero bueno, en un intento de apertura (lo que también significa –préstese atención al tenor del concepto- “aceptación”) y consecuente difusión, en nuestra provincia ahora se cede lugar (sino se construye) a lo “alternativo” o extraoficial para que exista como tal. Pensemos en la muestra de Arte callejero que se lanzó a fines del año pasado en el museo de Bellas Artes. Aquí nos encontramos con otra paradoja: la de un arte emergente que fue hecho para ser leído en la calle, pero que algunos pensaron que era mejor apreciarlo dentro de un museo (¿?). Como se ve, este es otro de los fenómenos aludidos anteriormente y que representa un punto problemático en el campo de lo artístico.
A propósito de esto, los textos que conforman este número nos ayudan a visualizar en manifestaciones artísticas concretas aquello que se precia de ser arte. Tomar contacto con la construcción de lo artístico en la música del Cuchi Leguizamón, en la propuesta “deformer” de Kurlis Garlan, en la movida del rock local, en las artes plásticas, y en la danza de la comparsa implicó pensar no sólo en las formas canonizadas del arte, sino también en aquellas que se reconocen fuera la impronta occidental.
Es esto lo que nos permite sostener la idea de arte como expresión cultural atravesada por discursos heterogéneos, que establecen verticalidades y horizontalidades al momento de configurar el campo artístico.
Por ello, en el arte, como en cualquier hecho de vida, convergen diversas líneas, desde lo sociocultural, lo religioso, hasta lo político y económico.
Queda entonces a quienes quieran asomarse al tema, el arduo y saludable ejercicio de leer esas líneas cruzadas, esos discursos que entraman el arte, la cultura.
La complicación que representó para nosotras delimitar en un formato presentable para su lectura estas cuestiones relativas al arte en particular y simultáneamente a la cultura en general, fue un reto necesario no sólo por el tema en sí sino porque este artículo central, como en todas las ocasiones, es ideado y escrito colectivamente.
Si abrimos una puerta o no a la discusión, queda a criterio del lector, porque no hay pretensiones de trascendencia. Indagar acerca del arte que se genera y se difunde en nuestra provincia necesariamente tiene que partir de mirar un poco alrededor para ver qué está pasando... Ustedes, lectores, dirán.


Oveja Negra.

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